La obra plástica de Guadalupe Urrutia se caracteriza en primera instancia por un peculiar sello de originalidad; escultura, instalaciones, arte objeto, acción plástica; todo eso hay en esa propuesta, donde también coinciden, conviven o se funden diversos estilos, escuelas y soluciones.
Quiero decir, que frente a la univocidad de un mensaje científico, digamos, el mensaje estético comporta una infinita diversidad semántica, que ni el propio autor puede definir de manera concluyente. Conciencia y subconciencia aparecen reflejadas en la obra de arte y hay “esquinas” en ese plano del subconsciente que el hombre, léase en este caso artista,  sólo logra manejar,  definir a la hora de la creación.    
He hecho estas observaciones porque, justamente me parece clave para entender (hasta donde es posible) el universo estético de esta artista. Aunque frecuentemente el creador no intenta explicar lo que hace, Guadalupe quiere, intenta encontrarle una definición a su trabajo. Apenas se queda en el plano de lo concientemente planeado, pero de lo que ella concibe como proyecto concreto al resultado final hay un trecho comunicativo, metafórico, enorme e imposible de definir con palabras.   Si me preguntaran cuál es el rasgo fundamental en la obra de Guadalupe Urrutia, diría sin vacilación que la poesía. En el plano conciente tal vez no lo sea o no lo vea de esa  manera la maestra, pero en esa dimensión donde el artista se desdobla, se enajena, creo yo, y le da rienda sueltas a la “bestia” de la creación; en ese plano, el fin último es la poesía, sólo que en lugar de ser concebida con palabras, aparece aquí a través de la imagen, del signo plástico. Y como a toda expresión poética le sirve un “apellido”, es decir, un calificativo que la define, la de Guadalupe puede definirse como poesía de la nostalgia.   
Guadalupe Urrutia es isleña de nacimiento y emigrada por determinaciones de la vida, del destino quizá. La artista esculpe, pinta, instala, crea acciones plásticas perdurables y lo hace con hermosura, provistas de un cuerpo metafórico rico, a veces indescriptible por esa sutileza a la que hemos hecho referencia. Sin embargo, no hay aquí metáfora, por la metáfora misma, sino que está ligada a una propuesta profundamente conceptual. En ese universo metafórico aparece justamente el recuerdo, la historia, el paso del tiempo que registra las vivencias de aquella niña emigrada, de aquella isleña que pierde de pronto el espacio de las primeras experiencias y con ellas se pierden también presencias necesarias, amores que la distancia destroza o hace palidecer como una fotografía ancestral en los baúles de los abuelos más viejos.      
A ratos uno descubre sensualidad en la obra de esta artista y hasta acercamientos eróticos, un erotismo sutil, como la imagen que se proyecta fugazmente en el espejo, pero te atrae, te acerca, con la magia de lo dulcemente seductor y desconocido.     Creemos no obstante, que en ese juego, búsqueda o recreación del recuerdo que se vuelve tiempo, tal vez añoranza,  probablemente homenaje silencioso a al pasado, que es base del presente y del futuro, donde realidad y sueños convergen, se confrontan y enriquecen el talento creador; probablemente en eso consiste la insistencia de Guadalupe en dejar imborrablemente marcado el concepto mismo de la huella. 
Las manos son de alguna manera el símbolo, el elemento primario de esa acción transformadora, la huella que te identifica y, por tanto te diferencia, se plasma con las manos, con los dedos, que tienen también sus propias funciones, sus códigos y hasta sus nombres para identificarlos.  
En la obra de la maestra Urrutia, la mano, los dedos en sus funciones y connotaciones diversas son una constante. A ratos son la fuerza, luego la ternura. Acá aparecen como la familia en convivencia solidaria, en armonía o en desorden; allá el dedo se vuelve falo que alude al origen, a la procreación y al sentido de continuidad. 
Como todo arte bueno, el de Guadalupe comporta un mundo de sugerencias, de interrogantes; te obliga a pensar, te emociona te deja la rara sensación de haber penetrado un mundo del que no puedes salir ileso. Algo así como un huracán de imágenes te persigue y piensas que tienes que volver a su encuentro porque algo de ti se queda en esa rede, que a veces es telaraña y luego oasis donde tienes que hacer tu parada forzosa.
RafaelCarralero                                                                                                                 Crítico de Arte
D2

Memoria estéril

Prejuicios